FEDRO O SOBRE LA BELLEZA
SÓCRATES.—FEDRO
FEDRO.—Vengo, Sócrates, de casa de Lisias, hijo de Céfalo, y voy o pasearme fuera de muros; porque he pasado toda la mañana sentado junto o Lisias, y siguiendo el precepto de Acumenos, tu amigo y mío, me paseo por las vías públicas, porque dice que proporcionan mayor recreo y
salubridad que las carreras en el gimnasio.
SÓCRATES.—Tienes razón, amigo mío; pera Lisias, por lo que veo, estaba en la ciudad.
FEDRO.—Sí, en casa de Epícrates, en esa casa que está próxima al templo de Zeus Olímpico, la Moriquia.
SÓCRATES.—¿Y cuál fue vuestra conversación? Sin duda, Lisias te regalaría algún discurso.
FEDRO.—Tú lo sabrás, si no te apremia el tiempo, y si me acompañas y me escuchas.
SÓCRATES.—¿Qué dices? ¿No sabes, para hablar como Pindaro, que no hay negocio que yo no abandone por saber lo que ha pasado entre tú y Lisias?
FEDRO.—Pues adelante.
SÓCRATES.—Habla pues.
FEDRO.—El verdad, Sócrates, el negocio te afecta, porque el discurso que nos ocupó por tan largo espacio, no sé por qué casualidad rodó sobre el amor. Lisias supone un hermoso joven, solicitado, no por un hombre enamorado, sino, y esto es lo más sorprendente, por un hombre sin amor, y sostiene que debe conceder sus amores más bien al que no ama, que al que ama.
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